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El pecado de ser pobre

No son pocos los hogares que por culpa de la recesión, el desempleo y la dificultad de acceder a un ingreso mínimo, los lleva a vivir un conflicto permanente por culpa de los altos e inalcanzables costos de la canasta familiar que tienen asfixiados y en la profunda desesperanza a la mayoría de colombianos, donde la inexistencia de control y apoyo del Estado ha desbordado su capacidad de pago de la mínima supervivencia.
Por eso no es raro el crecimiento de los indicadores de violencia, pobreza , miseria y mercado informal, cuando un gobierno gasta millonadas en aparatos militares y referendos, cuando los sueldos de la alta burocracia se aprueban sin ningún reato de vergüenza con el pueblo que los elige, se cierran escuelas y hospitales, se acaba el ISS y se abandonan sus inmejorables instalación es para vendérselas al mejor postor; los servicios públicos ahogan con sus injustas e impagables tarifas a nuestros usuarios, se roban la Bienestarina del ICBF para dársela a los marranos, se pudren los mercados en bodegas por la desidia e irresponsabilidad de nuestra clase dirigente y funcionarios indolentes, mientras los desplazados por la violencia y la ola invernal no tienen pan ni leche para sus hijos, cuando los gobiernos apoyados por mafiosas redes del narcotráfico se preocupan por pagar los favores, mientras que el pueblo adormecido y mudo, mira impávido los negociados sin que haya una voz eficaz de denuncia que impida desviar los recursos a la inversión, como pago a la gran deuda social y política con las urgencias diarias, crece la desolación y la desesperanza, en una comunidad rica en sentimientos y en sueños fallidos.
Pero el Estado autista, ni ve, ni oye, ni entiende el clamor popular por una mejor calidad de vida, por mejores oportunidades de trabajo, por una solidaria y honesta relación entre gobernantes y gobernados. Hasta cuándo campeará la corrupción, cuando tenemos un hermoso y productivo país, pero una clase gobernante que es inferior a la confianza depositada en ellos; ese es el pecado de una comunidad que sueña con pasar de la miseria a la pobreza, de ser escuchada y de ser respetada.
Mientras el pobre ríe, su corazón llora, y nuestra clase política ad portas de una nueva elección, ofreciendo el oro y el moro y una comunidad celebrando con aplausos el repetitivo discurso de bienestar y participación ciudadana; eso somos cuando no hay educación y acción para ejercer nuestros derechos, seremos una clase social que nos merecemos nuestra suerte mientras no despertemos del letargo en que nos ha sumido el chantaje y el miedo para denunciar y atrevernos a exigir obras y políticas serias de emprendimiento empresarial, de defensa a los más desvalidos y vulnerables, en fin, de que nuestros gobernantes entiendan que el honor y la grandeza de sus altos cargos debe retribuirse con sensibilidad social, con humildad y en especial con la sabiduría que los oriente por el camino honesto y proactivo, para que al final de la cosecha se recojan frutos de reconocimiento y no de desilusión, se pueda decir que valió la pena gobernar para todos en especial para los olvidados que no tiene voz, para aquellos que sólo cuentan a la hora del voto, cuyo pago con una caja de comida y un poco de dinero, suplen al calor de un aguardiente y vivas al candidato de turno, una ilusión inalcanzable de vivir con una dignidad que calme sus lágrimas del alma.
Como colofón de las anteriores aflicciones y sueños, el mensaje es que debemos ser acores y no espectadores en la construcción de nuestro futuro.